jueves, 24 de septiembre de 2009

Sobre el tiempo estancado de la mesita del parque de siempre

La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y
como la recuerda para contarla.
(G. G. Márquez).

Lamento no haber ido aquella vez, realmente lo siento Mariel. Me hubiese gustado tanto sentarme “contigo” en aquel café de siempre y tomarte de la mano, mirarte bien fijo a los ojos, y que cuando las miradas, dejen de ser solo miradas para alcanzar el grado máximo de intimidad, allí, Mariel, plantarte un beso inocente en tu boca ansiada, y luego, así como si nada, murmurar una broma casi diminuta, ínfima, y hasta pueril, para poder soslayar esa cercanía que, aun estando lejos, solo pueden alcanzar la miradas; como esas bromas que se hacen en los velorios, o en las salas de espera. No me mal interpretes Mariel, aveces es bueno manchar un poquito el silencio con la sutil vibración de alguna palabra innecesaria; como el café con un poquito de leche, para que no sea tan puro, y no es que no me guste el café, es que a veces, el gusto que le siento a ese café que tomamos, no es el gusto que tiene. No sé si me entiendes Mariel. Pero de esto que te hablo me he dado cuenta desde que me sucede lo que me sucede, desde que nos veo como un tercero. Es por eso que sí, así es, a veces, pensar en tanta cercanía, en tanta intimidad “contigo”, me aterra. Pues ya no sé quien eres Mariel, ya no lo se. No quiero que te ofendas, pero me he dado cuenta de que el mundo y la vida que vivimos es una cosa, y que la concepción que tenemos de ello, Mariel, es otra bien distinta. ¡Hay Mariel, no sabes cuánto me cuesta escribirte teniéndote aquí enfrente, repetidas veces, dividida en instantes, como me cuesta! En fin, no sé si te acuerdas de aquella vez en el parque de siempre, cuando estábamos sentados, enamorados, en esas mesitas de concreto con tableros de ajedrez en su superficie, esos tableros hechos con excelentes y perfectos cuadraditos recortados de baldosas blancas y negras, no sé si te acuerdas. Yo te leía poesía, tú me decías que me admirabas, yo no entendía por qué. Eso no importa, lo que importa es lo que hablamos aquella vez, hablamos de la realidad Mariel, de que cada instante vivido, cada fracción de segundo y no sé cuanto más, porque tú sabes que no entiendo de medidas de tiempo y esas cosas, quedaban flotando estancadas en el tiempo y en el espacio, suspendidos por siempre, repitiéndose una y otra vez, como una cinta de video que termina y vuelve a arrancar, no sé si te acuerdas, yo si. Y además de acordarme, lo vi Mariel, lo vi, lo examiné y observé como si todo fuese un gran museo de lo que vivimos. Sí, un gran museo Mariel. Es por eso que no fui al café. Y no sé, quizás no lamento tanto no haber ido y no haberte tomado de la mano. No quiero que te ofendas Mariel, pero descubrí que cuando te extrañaba, en verdad extrañaba lo que recordaba de ti, no lo que en realidad eras. Porque uno extraña lo que recuerda Mariel, tú me conoces muy bien, y sabes que siempre pensé que no tenemos pasado sino recuerdos, y siempre lo defendí, defendí esa hipótesis mas allá de dudar hasta de mi mismo por momentos. Pero bueno, como te decía, la otra vez, cuando quise hacer tiempo para encontrarme “contigo” en aquel café Mariel, me fui a la misma mesita de siempre, en el mismo parque de siempre. Pues pensaba que si seguía los mismos pasos que alguna vez seguí, todo volvería a ser como antes; yo haría tiempo en el parque, llegaría un rato tarde a la cita contigo en el café, pues te haría esperar un poco, solo un poco, quizás para hacerte sentir que no llegaría nunca y así, sientas que me puedes perder; y luego tú, al verme, te tranquilizarías y me saludarías, me tomarais de la mano, acercarais tu rostro al mío llenándome de ternura con tus añorados ojos azules, aun con la mesa frenándote en el pecho Mariel, interponiéndose entre nosotros, y me regalarías una sonrisa y me dirías te quiero. Yo te besaría. Tomaríamos algo, yo me pediría un café, tal vez tú te pedirías un jugo de zanahoria, que no te gustaría y me lo darías a mi, para que lo tome, para que coma lo que no comes tú, como siempre. Luego, charlaríamos un rato, quizás de Marx o de Freud o de algunos de esos tipos que se robaban nuestras charlas, hasta que yo me cansaría de tener la mesa en el medio y de la gente que estaría en el café, pues sabes que detesto estar con gente desconocida y sobre todo si es mucha. Como sea, me cansaría y te diría; por qué no vamos a otro lado, y tú me dirías dale, a donde. No sé para que lo preguntabas, si sabías ya por costumbre que nuestro destino era esa mesita de aquel parque, donde yo habia estado sentado un rato antes de encontrarme “contigo”, y que luego Mariel, aquella vez, cuando no fui al café, cuando falté a nuestra cita, fue porque, en efecto, seguí la misma rutina siempre, y una vez que estaba llegando a al mesita, te vi, juro que te vi, de espalda, sabía que eras tú, reconocí tu cabellera, tus rizos oscilantes entre manteca y trigo; y estabas con un hombre, de la mano, él te leía algo, tú sonreías. El corazón me crujió Mariel, estoy seguro de que hasta escuché el estruendo dentro de mi pecho. No sabía que hacer. Habia ido a recordarte y te veía con otro. No es que no tengas derecho a estar con alguien, tú me abandonaste hace tanto y en ese mismo parque, ya sé que solo somos amigos, lo sé, pero debo admitir que me dolió. Pero bueno, a pesar de que la imagen me lastimaba, algo me impulsaba a acercarme, y lo hice. Y cuando me acerqué, nos vi. El tipo era yo Mariel, no me reconocí, desde luego, es decir, nunca me vi como a otra persona. Pero éramos nosotros, esa misma tarde cuando te leía poesía y hablamos justamente de esto, del tiempo estancado, repitiéndose una y otra vez. No sé si te acuerdas Mariel, te veías tan hermosa, pero yo te recordaba de otra forma. Quizás ahora entiendas a lo que me refiero cuando hablo del pasado. En fin, estabamos sentados uno al lado del otro, tú estabas a mi izquierda y me observabas risueña, yo te leía y hacia ademanes de actor con las manos, ademanes que desde afuera vi ridículos Mariel. No importa. Vi que tu pelo no se movía de la forma que yo recordaba, que tus miradas no eran las que tenia en la memoria, es decir, lo que en realidad vivimos es solo el mero esqueleto de alambre de esa escultura que armamos en nuestra mente, escultura que vamos armando con los materiales que nos proporcionan, los sentidos, la subjetividad, el estado de ánimo de ese momento, y sobre todo, cuando esta escultura deja de ser presente para ser parte de nuestros recuerdos, la vemos según lo que sentimos en el momento de remembranza. Porque el presente influye desde el presente en el pasado, porque el pasado que tenemos es lo que recordamos Mariel. Pero esto ya te lo plantee muchas veces, ahora quiero hablarte de este fenómeno sobrenatural, dado que todo no quedó ahí, después de ver lo que en verdad aconteció, me decepcioné y no quise ir al café, tuve miedo de verte y que no seas quien eras, o quien creía que eras. ¡Es que ya no sé quien eres Mariel!. Ahora temo que me pase con todo; con mi infancia, mi adolescencia, con todo, incluso con este presente que deviene en pasado a cada instante, porque mi habitación esta llena de ti y de mi, en la cama, frente al espejo, en cada rincón donde estuvimos, donde nos amamos, donde lloramos, donde reímos, donde alguna vez peleamos. Es más, no se si te acuerdas, pero aun estás en mi cama, desnuda, llorando de felicidad por el acto de amor que acabábamos de hacer. Estas en toda la casa. Si voy a la cocina, allí estamos, si voy al baño, también estamos, tantas veces como instantes vividos juntos, pues estamos donde alguna vez estuvimos Mariel, en escenas, y en cada una de esas escenas, descubro cosas nuevas, y mi pasado se desmorona, y ya no se quien soy, porque a medida que te pienso, momentos vividos aparecen suspendidos en el tiempo, y también me veo a mi, que no me veo como creía que me veía. Y me desespera, pues ya no puedo hacer nada, solo cerrar mis ojos y no ver mas para no ver mas esto que no quiero ver. Y es por eso que te escribo y que quiero enviarte ésta carta, para que me entiendas y sepas disculparme por haber faltado a al cita. También te pido perdón, pero no me busques, sé con certeza que estas son la ultimas líneas que escribo, y que la ultima vez que salga a la calle, o tenga contacto con otras personas, será para llevar ésta carta al correo. Después de eso no habrá nada, pienso aislarme aquí, acostarme en mi cama junto con nosotros antes, cerrar mis ojos y dejarme morir, recordándote como quiero recordarte Mariel. Como quiero recordarte.

2 comentarios:

  1. Yo creo que los recuerdos, al menos en forma viva, tienen tiempo de caducidad. Los recuerdos no dejan de existir pero mutan de una forma increíble. Al principio dan nostalgia, después uno empieza a encontrarle los matices grises que los opaca y ahí es cuando vemos al recuerdo "muerto", bah siguen existiendo, en mí al menos que soy demasiado memoriosa a mi gusto, este piscis que me pesa...pero está muerto ya cuando uno le encuentra todos los defectos, o no son los defectos? son las realidades? no sé, pero ver eso que estaba escondido atrás de la alegría de el momento y de la nostalgia misma mata la gracia de el recuerdo, por eso los califico como "muertos" aunque sigan en mí. Muchas veces es preferible guardarse ciertos momentos, hasta alejarse de quien los genera, si es que hay un quien, y mantenerlos intactos, disfrazados, hasta que nuestra conciencia imponga la fecha de caducidad. Lo que no sé como se maneja es la fecha con respecto a nosotros mismos, no sé en que momento uno se auto-recuerda y dice yo no soy eso, no era ese/a, calculo que es cíclico, no se termina, para con nosotros mismos tenemos la oportunidad de darnos nuevos plazos hasta que se nos termine el tiempo, el tema es saber aprovecharlos.
    Me gusto de verdad tu relato. Y no lo firmo de la forma en que vos pensas que te los halagan, como me dijiste la otra vez jaja. Beso.

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  2. Ah, otra cosa, yo creo que las mesitas de los parques son contraproducentes, sobre todo las de las plazas, es una sensación que tengo desde chiquita, de verlas tan cerca de la cancha de bochas, por algo debe ser que están tan cerca una de la otra, aunque suene turbio o angustiante relaciona tiempos y me vas a entender, creo.
    Siempre me quede con las hamacas, las hamacas son eternas casí, con las hamacas me sigo quedando, de hecho creo creeeo que no tienen fecha de caducidad.

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