jueves, 24 de septiembre de 2009

Preso de libertad

La libertad no es libertad, es solo creer que corremos libres por los campos de una naturaleza cercada. Esa frase, es lo primero que se me viene a la mente cada vez que pienso en esta historia que a continuación narraré. Sé que decir que cada vez que conté esta historia, no me creyeron, quizás no es la mejor forma de empezar este relato, dado que así, estoy sembrando incredulidad en quien lee estas líneas. Pero, a decir verdad, me interesa muy poco si me creen o no. A demás, fue la única forma que encontré de empezarlo. Lo que si, voy a contar los hechos tal cual sucedieron, o mejor dicho, tal cual como yo percibí que sucedieron, que dadas las circunstancias, es lo mismo, y así mismo, es la única posibilidad que tienen ustedes de conocer esta historia.

Ya hace algunos años que él desapareció, a pesar de eso, no sé porque, pero aun miro el cielo con la esperanza de verlo. Trataré de no contar de cómo forjó su hoy inexistente fortuna, puesto que nadie lo sabe, y pienso dejarlo así. Pero lo que si se sabe, ya por boca de leyenda, es como la perdió. Eso si lo contaré.

Tampoco perderé el tiempo con pormenores de su vida, pues no creo que tengan importancia. Nunca tuve aptitudes de narrador, de modo que intentaré contar aquellos hechos, a mi juicio significativos, que son los que tejen esta historia. Creo que como cualquier historia, se debe empezar por el principio, o en este caso, por lo que yo considero primordial, que es lo fundamental también, como para luego poder entender, la forma de actuar de esta persona, y el desenlace de todo, ya que es eso lo fantástico e increíble de esta historia; el desenlace, dada la perfección con que todo cuaja.

Me remito entonces a hacer solo un juicio disyuntivo, es decir, me animo simplemente a decir que tal vez la vida le fue muy dura, o a que tal vez no, o a caso fue él quien no supo elegir el camino indicado volviendo ceniciento su existir. Pero lo dejo a su juicio. En fin, lo que si es verdad, es que su miseria empezó a sus diez años, cuando sus tiernos y frágiles brazos fueron el lecho de muerte para su enferma madre; - lo más duro de ver a mi madre morir- recuerdo que me dijo- fue cuando, ya más muerta que viva, casi sin fuerzas, me miró con expresión cadavérica, secó mis lágrimas y cubrió mi cuerpo con una manta- y repuso- lo que la pobre no se dio cuenta, es que el frío ya estaba en mis brazos. Pienso ahí, nació su rebeldía, su visión lúgubre de las cosas.

Luego, los años posteriores a la pérdida de su progenitora, los vivió al límite;- la vida es corta- me decía. Probó de todo, lo bueno y lo malo, excesos y carencias. Pero fue recién durante una noche lánguida y de soledad envolvente cuando cayó en la cuenta de que, dentro de la cárcel, lo único que le servía, era esa manta pobre que en vano aquel día cubrió su cuerpecito. – En la cárcel soy libre cantando- me decía- cantar es cómo un orgasmo emocional, es como gritar vomitando penas-. Yo trato de entenderlo, y quizás, de seguir su ejemplo.

Con el encierro, su vida cambió de forma radical, sobre todo, cuando un día, aun entre rejas, sediento de libertad, se compadeció de su única compañía viva; un charrúa ameno color pesimismo, y le abrió la puerta de la jaula para dejar que éste volase libre. Éste, en lugar de volar fuera de la celda, se posó en su hombro con lealtad perpetua.

Cuando salió de la cárcel, casi no pude hablar con él, dado que yo pasé algunos años en el exterior, la última vez que lo vi, fue aquella noche, donde casi no cruzamos palabras.

Ya estando afuera, así dicen, empezó a gastar su dinero en una obsesión enfermiza, lo único que lo hacía sentir bien; la libertad. Compraba pájaros enjaulados para luego soltarlos y destruir sus pequeñas prisiones. Liberó a miles, poco a poco se fue quedando sin dinero. Intentó conseguir trabajo, pero las marcas del pasado se lo impidieron. Su pobreza y su desesperación eran cada vez más inmediatas, todavía, existían infinidad de inocentes voladores apresados, por liberar; pero el único posible que le dejó la sociedad, fue volver al pasado.

Como la noche en que lo atraparon, me acuerdo como si hubiese sido el domingo, otra vez las sirenas lo perseguían:- ¡Alto ahí!- le gritaban, y se repetían entre ellos- ¡El mendigo de manta deshilachada, que no se escape!- Corría como liebre, estoy seguro de que hasta se sentía volar. La lluvia y el viento le acariciaban la cara, y las lágrimas de miedo y felicidad, le cegaban la vista. Su destino se acercaba. A lo lejos pudo distinguir el puente y empezó a correr aún más rápido. Yo no pude hacerlo.

Esa última escena todos la vivimos en cámara lenta, vimos como en un salto magnífico, traspasó por encima la baranda de aquel puente y se lanzó a trescientos metros de caída libre. De repente, el sonido de la lluvia se enmudeció, y un aleteo infinito comenzó a escucharse. Y fue cuando lo vimos, como yo espero verlo cada vez que miro al cielo. Era una inmensa cantidad de aves, un número incalculable, todas blancas.

- Parecen ángeles- me dijo uno mientras me ponía las esposas. Y así es. Cargaban en su pico al mendigo. Lo vimos desaparecer en el horizonte, con su manta deshilachada, preso de una gran nube de libertad.

1 comentario:

  1. mi cuerpo tiene que encontrar la libertad que lleva mi alma.. y mi alma tiene que encontrar la libertad que lleva mi cuerpo.
    noita.

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