Me
canso de esperarte. Aunque no sé muy bien qué espero. Porque vos ya estás acá.
Quizás espero que me quieras. Que sería, en todo caso, lo mismo que esperarte
de verdad, como en una esquina o en una parada de colectivo, mirando el reloj,
puteando bajo la lluvia. Porque estar, estás, estás a mi lado sin estar. Y ojo,
no me enojo si no llegás. Solamente me muero un poquitito. Me desgarro cada vez
un poquitito más. Y en cada “no” me voy arrugando. Me voy poniendo viejito
aunque sea un pendejo. Por adentro. Envejezco por adentro. Me vuelvo tieso y te
alejo. O en realidad hago el intento de alejarte. O hago que hago el intento.
Pero no hago un carajo. Porque no puedo, porque vos te volvés a acercar. Y en
cada acercamiento- cuando yo no te llamo- me esperanzo. Me vuelvo niño de
vuelta y empiezo a soñar. Con que llegás. Con que me querés. Pero no lo hacés.
O lo hacés un poquito y después te vas. Y otra vez el mismo cuento. A mí, justo
a mí con cuentos, que lo único que hago es contar.
No
sé, ya no puedo esperar. O en verdad cada vez te espero menos. O empiezo a
esperarte sabiendo que no vas a llegar. O me hago el que no espero, pero te
espero igual. Cosas así. Cosas de humanos. Engañarse. Porque mientras te espero
me digo; “no esperes, no va a llegar”. Entonces me desilusiono un poquito
menos. O en verdad no me desilusiono, porque ya estoy desilusionado: lo que me
pasa es que me muero. Por dentro. Como ya te dije: cada vez un poquito más.
Porque
aunque no llegues y digas que vas a llegar mañana, yo sé que no vas a llegar.
Porque aunque digas: “hace frío, lo dejamos para mañana”, yo sé que no vas a
llegar. Y entonces te alejás un poquito. No de mí, sino de adentro mío. Y
volvés a decir; “hoy no, estoy cansada, lo dejamos para mañana”, te alejás un poquito
más (más, más y más). Te vivís alejando. Te vivís alejando para después llegar.
Porque es todo para mañana. Dejás para mañana. Y así mirás de reojo. Y dejás
pasar. Y yo paso, con ganas de quedarme, pero paso. Entonces dejame decirte
algo: lo que vos mirás de reojo, yo lo veo de frente (bien de frente). Y cuando
vos no decís nada, me estás diciendo todo. Y yo veo y escucho y percibo y me
duele que que todo te importa un carajo. Por eso lo mirás de reojo (me mirás de
reojo). Porque al mirar de reojo estás viendo de frente; estás mandando un
mensaje que no te animás a mandar. Que no te animás a aceptar… ¿A caso tengo
que decírtelo?
¿Qué
pasa si esa persona que no te convence te deja de esperar? ¿Que pasa si decidís
mirar de frente y esa persona ya no está? ¿Qué pasa si ese mañana es ahora porque mañana nunca va a llegar? Porque ese mañana no existe porque sin éste hoy no va a funcionar: son baldozas
flojas. Un piso que se cae.
Para
colmo de males, te informo que ese mañana,
mañana va a ser ahora. Y así, también,
lo vas a volver a patear: Para mañana.
Entonces
será que la cosa es ahora. Aunque ahora estás mirando de reojo. Y yo lo veo y me
muero cada día un poquito más (vivo un poquito menos). Me arrugo por dentro
como una fruta que se seca. Como un suelo árido. Como un desierto ávido de
agua. Y los hilos transparentes que te ataban a mi pecho empiezan a romperse:
hacen “clac, clac, clac” y se cortan y saltan uno a uno, en cámara lenta
tipo-película-en-el-momento-crusial. Entonces no hay nada que te una. Que te
una a mí, digo: ya no hay nada que nos una. Ese imán-polos-opuestos dejó de
funcionar. Porque quizás empiezo a ponerme analítico, y me deprimo, y empiezo a
ver que nada es, que nada sería como parece ser. Y no te espero. O te espero
muy en el fondo, pero es ahí donde yo miro de reojo. Pienso muy rápido,
necesito parar. Y la llamo a ella y le digo “vamos a coger”. Y cogemos. Nos
drogamos y cogemos un montón. La cabeza para. Nos reímos. Nos sentimos tristes.
Nos volvemos a drogar y dormimos. Y todo es oscuro color telo-luces-rojas. Olor
a marihuana y no saber a dónde estás. Vino. Y ella que me dice “me hacía falta
esto” cuando en verdad sabe que eso no es verdad. O es verdad un poco y hay
otra verdad: le hace falta otra cosa; ese abrazo sincero que me hacés esperar.
Eso que yo también espero. Y yo no sé si ella me habla del porro, de mi pija o
de todo junto. De-cómo-cogemos-en-cuatro. Porque sé que le gusta coger, pero
más le gustaría un abrazo. Como a mí (con vos). Como vos conmigo.
Y
para variar llamo a otra. Porque me resulta fácil, sé chamuyar. Y no le digo
“vamos a coger” pero cogemos. Lo hacemos igual o mejor. Y es la misma perorata:
la noche oscura. El telo con travestis y fingir que tenemos lo que queremos. Y que
reímos. Y que nos ponemos sucios y animales y dejamos de ser esa cáscara que
somos y que guarda la arruga. Y qué importa que vos no llegues, si total no vas
a llegar. Y mientras tanto yo aprovecho. Aprovecho el metro ochenta, la parla y
la pluma de escritor. Un saco negro que al parecer me hace interesante. Y entonces
un chiste que desgrano en el momento justo. Vino, risas, música y literatura
(escuchar, escuchar, escuchar) y de un momento a otro estoy en la cama de otra,
llorando en otra cama. Sin llorar, pero derramando nubes.
Y
así, entonces, el cielo se cae y vos no hacés nada. Lo dejás caer y te
preguntás de dónde caen los pedazos. Y cuando me agarrás con tus manos- también
en un telo- te mirás las manos y te preguntás qué son todos esos pedacitos
blancos. Y yo te digo que son hilos, pedazos de hilos, pedazos de abdomen, de
pecho, de nube, pedazos de alma. O no lloro y me lo guardo. Y después escribo.
Porque pienso algo, lo proceso, lo veo cuento y lo escribo. Y es un aplauso más.
Una minita que va a decir “que interesante”, y le va a gustar el saco, el metro
ochenta y la parla. Y otra vez a nubear. Gol para mi equipo (te lo dedico en
silencio).
(Sos
cobarde) al otro día el alba. Y vos que no estás porque te estás yendo. O
porque no estás porque está otra. Dormí con otra. Y es otra vez la misma
montaña, escalarla sin querer subirla (solo por instinto). Y los pedazos de
alma, de hilos, de nube blanca: BASTA!!!!...
Duro. Crudo... me gustó.
ResponderEliminar